PREMIOS REALES

Tal vez, como afirmó en su momento el poeta griego Dinos Cristianópulos, "es hora de que el Estado deje ya de utilizar a los artistas". Llama la atención cómo desde aquel ya lejano 1980 en que el periodista asturiano Graciano García, con ayuda del general Sabino Fernández Campos, también asturiano y a la sazón secretario general de Juan Carlos de Borbón, consiguió culminar su carrera de periodista y emprendedor con la creación de los premios Príncipe de Asturias, estos han perseguido darse a conocer siguiendo tres principios: una importante dotación económica, la obligatoriedad de viajar hasta Oviedo para recibir el premio y, por último, premiando a figuras mediáticas que dieran visibilidad a esta pequeña ciudad de provincias. No se trataba tanto de estimular las artes y las ciencias descubriendo a valores jóvenes o poco conocidos, como de convocar a famosos que prestigiaran el premio. Así hemos visto desfilar por Vetusta a Leonard Cohen, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Woody Allen, Norman Foster, Pau y Marc Gasol, la selección española de fútbol,  Carlos Sainz, Rafael Nadal, Google...

Este año queremos detenernos en la concesión del premio de las letras a Emmanuel Carrère, un personaje de la jet society francesa, famoso por sus aventuras sentimentales expuestas a plena luz del día, un escritor a nuestro juicio sobrevalorado, como escribimos ya hace unos años a raíz de la publicación de su éxito de ventas, Limónov:

El Limónov de Carrère se ha convertido en un best-seller de alcance mundial, y también en nuestro país. Los elogios han sido casi unánimes y escasísimas las reservas.

De igual modo, la aceptación de las insinuaciones de Carrère ("Limónov es un fascista raro", "si lo miramos despacio, El Asad y Gadafi son lo mismo") se aceptan acríticamente aun sin conocer la obra de Limónov ni tampoco su auténtica biografía —no en vano Carrère se guarda las espaldas calificando su engendro de novela— e incluso se acentúa desde el desconocimiento la maldad del protagonista, como hace Sabino Méndez, parafraseando a Carrère, en La Razón: "Es un pobre artista, un totalitario que, como rareza inducida por sus circunstancias, está con los débiles; lo cual no evita para nada su totalitarismo. [...] Lo cierto es que Limonov es un pobre totalitario, un aficionado a la mística violenta de las armas, que se acerca a ellas como si fueran «gadgets» políticos, algo bastante indeseable".

Cabría preguntarse, sin embargo, ¿cuál es la razón de que la copia, la imitación, consigan imponerse al original? Pues el libro de Carrère, salvo algunos párrafos de su cosecha, no es sino una vulgar y anodina copia resumida de los muchos libros publicados por Limónov. Carrère se ha aprovechado de la prosa brillante, incisiva, cortante, provocadora y agresiva de Limónov —considerado hoy en Rusia, incluso por sus enemigos, como el mejor escritor ruso actual— y la ha pulverizado, la ha tamizado para eliminar todo lo que contradecía sus tesis de partida, la ha aguado a voluntad y nos ha servido una papilla sin la gracia y el colorido de los ingredientes originales, pero, eso sí, adaptada a las demandas cada vez menos exigentes de los lectores occidentales.

Los primeros capítulos de la ¿novela?, ¿biografía?, ¿novela biográfica? de Carrère son una auténtica impostura. En ellos no hay la más mínima investigación sobre su personaje, sino que se limita a entresacar los aspectos que más le convienen para su imagen preconcebida del protagonista de sus novelas Edichka, La gran época, Diario de un fracasado, El adolescente Savenko, Historia de un servidor e Historia de un granuja. A nadie se le ocurriría hacer una biografía de Henri Miller a partir, solamente, de sus novelas, pues cualquier crítico literario sabe que las novelas, por muy autobiográficas que sean, solo pueden ser consideradas como fuentes secundarias y que el autor recrea en ellas su propia experiencia vital. Si Limónov se presenta a sí mismo, provocativamente, como "un granuja", para Carrère es, efectivamente, un granuja y así se lo hace saber a sus lectores, quienes, si se conforman con esta adulterada píldora, se perderán todo el fascinante retrato de la sociedad soviética brezneviana y de esa juventud desnortada que rechazaba lo que el régimen les presentaba como "sociedad comunista", de la que ellos preferían situarse al margen, que son Edichka, La gran época, El adolescente Savenko e Historia de un granuja.

El método de Carrère se desvela ya en las primeras páginas, cuando se refiere al padre de Limónov, militar de baja graduación, como un "chequista subalterno" [págs. 98-99 de la edición francesa (Paris: P.O.L., 2011), que tomaré en adelante como referencia]. En Historia de un granuja Limónov narra sus primeros pasos bohemios de poeta underground en Moscú, la emprende con no poco humor, con el stablishment, el oficial y el disidente, actitud que mantendrá, tras su exilio en Nueva York, con los Andy Warhol, Allen Ginsberg, Ferlinghetti... lo que dará pie a Carrère, sin entender al personaje creado por Limónov —un escritor joven que pugna por abrirse paso derribando a los ídolos que ocupan la escena—, a afirmar, con el conveniente distanciamiento y tomándose al pie de la letra toda la ironía que Limónov vierte sobre sí mismo: "Esta mezcla de desprecio y envidia no hace muy simpático a mi personaje" [ibíd., p. 119]. En fin los ejemplos no faltan: "Escribir nunca fue para él un fin en sí mismo, sino el único medio de que disponía para alcanzar su verdadero objetivo, hacerse rico y célebre, sobre todo célebre [íbid., p. 237]... Pero cuando las artimañas de Carrère se muestran más al desnudo es en su Epílogo, en el que compara a Limónov con Putin: "si estuviera en su lugar, no me cabe duda de que diría y haría todo lo que dice y hace Putin [íbid. págs. 479-480]. Decir tal cosa de alguien que, bajo el régimen de Putin, ha sufrido graves palizas de advertencia en la via pública, 15 meses en régimen de aislamiento en la cárcel de Lefortovo, bajo la acusación de terrorismo, sin derecho a abogado ni a recibir visitas, antes de ser condenado a 14 años y transferido a un campo de trabajo y rehabilitación, que es detenido sistemáticamente los días 31 de cada mes por encabezar las manifestaciones en favor del derecho de manifestación recogido en el artículo 31 de la Constitución rusa... no parece, precisamente, un ejercicio de objetividad.

Sobre lo que entiende Carrère por objetividad resulta sumamente instructivo el atroz y autocomplaciente diálogo que sobre el final que convendría a su Limónov mantiene con su hijo:

"No me gusta este final y creo que a él tampoco le gustaría. Creo también que quienes se arriesgan a juzgar el karma de otro, o incluso el suyo propio, pueden estar seguros de equivocarse. Una tarde confié mis dudas a mi hijo mayor, Gabriel. Es montador, acabamos de escribir juntos dos guiones para la televisión y me gusta mantener con él conversaciones de guionistas: esta escena, vale; esa otra, no.
—En el fondo —me dice— lo que te molesta es presentarlo como un loser.
Lo acepto.
—¿Y por qué te molesta? ¿Porque temes herirlo?
—En realidad, no. Bueno, en parte, pero sobre todo me parece que no es un final satisfactorio. Que es decepcionante para el lector.
—Eso es distinto —observa Gabriel y me cita unos cuantos libros y películas fundamentales cuyos protagonistas acaban mal—. Raging Bull, por ejemplo, y su última escena en la que aparece el boxeador interpretado por De Niro en una situación límite, completamente abatido. Ya no le queda nada, ni mujer, ni amigos, ni casa, se ha abandonado y se gana la vida actuando en un número cómico en un local miserable. Está esperando que lo llamen para entrar en escena sentado frente el espejo de su camerino. Lo llaman. Se levanta pesadamente de la butaca y, justo antes de salir del encuadre, se mira en el espejo, se balancea, hace como que boxea y se le escucha farfullar, en voz baja, solo para él: "I'm the boss. I'm the boss. I'm the boss".
Es patético y magnífico.
—Mil veces mejor —añade Gabriel— que si hubiera aparecido victorioso sobre un podio. Acabar con Limónov, después de todas sus aventuras, comprobando en Facebook si tiene más amigos que Kasparov, eso puede funcionar.
Tiene razón; sin embargo, hay algo que sigue incomodándome.
—Bien, abordemos el problema de otra manera —prosigue—. ¿Cuál sería para ti el final preferible? O sea, si fueras tú el que decidieras. ¿Que tomara el poder?
Niego con la cabeza: demasiado inverosímil. Sin embargo, en su programa de vida hay algo que aún no ha hecho: fundar una religión. Lo que haría falta es que abandonara la política, donde, la verdad, no tiene futuro, que volviera a los montes Altái y que se convirtiera en un gurú de una comunidad de iluminados, como el barón Ungern von Sternberg, o, aún mejor, en un auténtico sabio. Directamente una especie de santo.
Ahora es Gabriel el que tuerce el gesto:
—Creo que ya sé el final que te gustaría: que lo asesinaran. Para él, estaría en consonancia con el resto de su vida, sería heroico y le evitaría morir como uno cualquiera de un cáncer de próstata. Tu libro se vendería diez veces más. Y si lo envenenan con polonio, como a Litvinenko, ya no es que se venda diez veces más, sino cien veces más en todo el mundo. Deberías decirle a tu madre* que se lo comente a Putin".

* La madre de Emmanuel Carrère, de soltera Hélène Zourabichvili, descendiente de una familia de aristócratas rusos que abandonaron el país tras la revolución de 1917, mantiene buenas relaciones con el poder actual ruso, se ha entrevistado con Putin y suele aparecer en las cadenas de televisión afines al presidente. En una de estas apariciones se expresó con menos comedimiento del que suele emplear en Francia e hizo los siguientes comentarios, calificados por algunos de racistas, sobre la presencia de africanos en Francia:

"Durante años el gobierno ni siquiera se atrevía a calificarlos de hooligans. [...] Estas gentes vienen directamente desde sus poblados africanos. Ahora bien, París y las demás ciudades europeas no son poblados africanos. Todo el mundo se sorprende, por ejemplo, de ver niños africanos en la calle en vez de en la escuela. Uno se pregunta por qué sus padres no son capaces de retenerlos en su casa. Sin embargo, es evidente, existe una verdadera tragedia, la poligamia. Muchos de estos africanos son polígamos. Pueden tener tres o cuatro mujeres y veinticinco niños en el mismo piso. Esos pisos están tan atestados que han dejado de ser un verdadero domicilio, ¡no se sabe ni lo que es! Esa es la razón de que los niños estén en la calle". [entrevistada por la cadena rusa NTV el 13 de noviembre de 2005]. En otra ocasión, entrevistada por el semanario ruso Moskovskie Novosti, declaró que en Francia "tenemos leyes [...] que habrían podido ser ideadas por Stalin, [que pueden enviar a uno a la cárcel] si sostiene que hay cinco judíos o diez negros en la televisión". [consulta en línea 5/5/2013: http://www.lutte-ouvriere-journal.org/?act=artl&num=1948&id=16]

 

 


Eduard Limónov. Años salvajes

 

El adolescente Savenko o Autorretrato de un bandido adolescente, de Eduard Limónov (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo) Traducción de Pedro J. Ruiz Zamora | por Juan Jiménez García

Eduard Limónov | El adolescente Savenko

Limónov, Limónov por todos lados. Muerto él, sus libros siguen surgiendo, aquí y allá, en editoriales como Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, seguramente los primeros en editarle en este país. Cada libro es como una nueva entrega ya no solo de su obra, sino de de su vida. Porque Eduard Limónov escribió mucho y, entre todo ese mucho que escribió, escribió mucho sobre él. Su vida, ya de por si intensa, se nos multiplica por dos, por tres, por diez. Todas esas visiones de sí mismo, ciertas o no, más o menos deformadas, poco importa. El escritor ruso es como una totalidad, tan desbordante, tan inabarcable, como esas aguas en las que se bañaba. En los tiempos de la corrección, profundamente incorrecto. Como la vida. La de fuera, la que está por ahí, por todos lados, analógica. O la que estaba, porque ahora… Tristes imitaciones del apocalipsis. El adolescente Savenko (si no escribió sobre su infancia) debe ser, cronológicamente, la primera entrega de su dudosa autobiografía. Dudosa en más de un acepción de la palabra. Eduard tiene quince años. Estamos en 1959, en Járkov, Ucrania, Unión Soviética. Entonces no era Limónov. Era Eddie-baby.

Eddie-baby es un delincuente, un bandido a tiempo completo y un poeta a ratos. También estudia, pero eso es cosa de la edad. Lo dicho, lo importante es su faceta de bandido y Saltovsky es su zona. Sus colegas son abundantes, toda una fauna sin oficio ni beneficio, más allá de lo que logran robar aquí y allá, para gastárselo, si les llega, en vodka. Y si no les llega el dinero, en los brebajes más variados del gastronom. Además están las bandas, propias y ajenas, y escasos planes de futuro, un tiempo verbal que no saben muy bien como se conjuga. Las bandas y sus códigos, porque lo importante no es ser un delincuente sin más, sino conocer todas las reglas no escritas y comportarse como un hombre, como un auténtico bandido. Eddie-baby tiene una novia, Svetka. Una muñeca de catorce años. Cara de muñeca, cuerpo de muñeca. Y dos días para conseguir el dinero para llevarla a una fiesta. Doscientos cincuenta rublos. No es mucho pero hay que conseguirlo igualmente. Podría pedírselo a sus padres, pero estos tienen una idea estricta en este tema. Su padre es oficial del ejército, un policía militar en realidad (basura, que es el término que usan para referirse a ellos), ocupado del traslado de presos. Algo difícil de asimilar (y mucho menos de reconocer ante sus amigos) para Eddie-baby. Su madre no tiene oficio, pero si estudios universitarios.

Conseguir el dinero es la Odisea particular de este Ulises de barrio. Su Bloomsday. Svetka espera, pero sabe que no esperará mucho. Y Eduard Limónov vuelve a sus años salvajes (que visto lo visto debieron ser todos) para retratar a la fauna voraz de aquellos tiempos soviéticos, con el cadáver de Stalin allá a lo lejos, pero no tan lejos. Porque después de todo, El adolescente Savenko es una delirante galería de personajes acabados antes de empezar, la descripción del paisaje desprovisto de todo, menos de la miseria de aquellos años. La extraña felicidad pasoliniana de estos jóvenes de borgate ucraniana que viven a horas vista unas existencias debidamente codificadas... [artículo completo en Détour]


EL ADOLESCENTE SAVENKO: AUTORRETRATO DE UN BANDIDO ADOLESCENTE

EL ADOLESCENTE SAVENKO: AUTORRETRATO DE UN BANDIDO ADOLESCENTE

por Eduardo Nabal

Eduard Limonov, verso suelto donde los haya en la historia de la Unión Soviética, nos cuenta en su libro, recién reeditado, tal vez con ocasión de su reciente fallecimiento, “Autorretrato de un bandido adolescente”, su turbulenta adolescencia en Járkov, localidad ferroviaria ucraniana, donde se inició en un periplo marcado por una personalidad única, contradictoria, atormentada y a la vez impregnada de un desbordante talento. Allí el muchacho se codea con otros chicos de clase obrera, de diferente posición y aspiraciones vitales, y hace amigos y enemigos en pandillas en diferentes zonas de la ciudad aunque le cuesta, al contrario que a otros de sus colegas, abrirse, al principio, a las relaciones sexuales con chicas jóvenes, muchas de ellas todavía maltratadas por el machismo imperante, un masculinismo y una falocracia casi “einsesteniana” que contagia las fantasías del propio autor en muchas de sus obras. Limonov, al principio tímido, y siempre dubitativo sobre su identidad sexual, no escatima detalles a la hora de contar su vida sexual, su solapado antisemitismo o sus impulsos violentos, haciéndose un personaje a la vez realista y poco simpático para muchos lectores. 

Es en la Rusia pos-estalinista donde el joven Eduard Limonov descubre que ha de defenderse de la violencia, real y simbólica, que le acecha en todos los rincones y callejuelas, en todas las bibliotecas y escuelas, donde lee vorazmente libros de viajes, aventuras e ingeniería, de Julio Verne a los ensayistas rusos, donde se inicia como ladrón de poca monta, bebedor compulsivo y resistente a la ingesta desmedida de vodka, joven a la vez ególatra e inseguro (incapaz de llevar gafas por simple coquetería) y donde debuta como prometedor poeta ante un numeroso auditorio público de su localidad. 

Contada con una agilidad narrativa envidiable y sin cortapisas en el uso del habla cotidiana, su historia de iniciación se acerca a otras historias de apertura al mundo en entornos desfavorecidos, envilecidos y condicionados por el entorno social y por el devenir de la historia y sus dictados. La sombra de un egocentrismo en ocasiones cálido y en otras rayano en la paranoia aparece ya en algunos pasajes de su primera aproximación a la literatura como válvula de escape a una áspera cotidianidad, donde trata de abrirse un camino entre las sombras. Entre Genet y Dostoyevski, la prosa de Limonov, con su ritmo irrefrenable, sus ráfagas de lirismo introspectivo y su descarada sinceridad, hace perdonar las sombras de un hombre que surge nadando entre contradicciones vitales y cicatrices sin cerrar. [...]

Artículo completo en jackerouack.blogspot.com

PRÓXIMAS NOVEDADES OTOÑO 2020

 

 

En este libro hay poca política. En él no encontraréis una mirada inteligente sobre la realidad, sino el parecer de un adolescente, un adolescente de clase obrera rodeado de gente de su misma clase social.
El libro ha resultado cruel y vivo al mismo tiempo. A diferencia de otras obras de escritores soviéticos, no hay política en él, o no es esa su intención. Mi intención era escribir sobre la vida y avatares de un adolescente. La acción transcurre los días 7 y 8 de noviembre del año 1958. El protagonista debe reunir el dinero suficiente para invitar a su novia. ¿Qué ocurrirá? Algo tan simple como la vida misma: el adolescente resulta ser un ladronzuelo y borrachín. Gracias a la sencillez del adolescente, sin embargo, los acontecimientos que se suceden a lo largo de estos dos días constituyen un fiel retrato de la realidad.

Eduard Limónov
El adolescente Savenko
o Autorretrato de un bandido adolescente
#limónov #limonov


Ha muerto Limónov

La muerte hoy, anunciada por su partido La Otra Rusia, de Limónov en el hospital, donde convalecía de una operación, ha dado pie a diversos comentarios que insisten en los tópicos difundidos por el libro de Carrère. Quizá el más difundido sea el de que Limónov debe su fama al libro del escritor francés, cuando, en realidad, es lo contrario: Carrère encontró en la vida y obra de Limónov un material inmenso que empleó para escribir un libro que se limitaba a resumir en un estilo romo sus novelas autobiográficas, acotadas aquí y allá con comentarios y juicios perfectamente prescindibles cuando no insidiosos. De su libro procede la visión estereotipada de Limónov como un autor de novelas sulfurosas, mimado por la Intelligentsia parisina hasta que salieron a la luz su apoyo a los serbios en la guerra de Yugoslavia y sus supuestas tendencias filonazis con la fundación del Partido Nacional Bolchevique.

Lo cierto es que Edward Limónov era en la actualidad el escritor ruso más importante, autor de una extensa obra en la que retrata con incisiva mirada la Unión Soviética de Jruschev y, tras su exilio en Estados Unidos, el American Way of Life.

Hace tan solo unos pocos días recibimos un correo en que Limónov nos confiaba: "Estoy enfermo. Eso explica mi silencio". Hoy hemos conocido su muerte. Hablábamos de su próximo libro, El adolescente Savenko, en traducción de Pedro Ruiz Zamora, que publicaremos este año y será nuestro mejor homenaje al gran escritor, del que ya hemos publicado Historia de un granuja e Historia de un servidor.