La vida pública de Trump se caracterizó por cuatro décadas de conducta racista, hecho a menudo velado por el oropel y el sensacionalismo de su estilo de vida …
En 1989, Trump lanzó su ofensiva racista más sonada a raíz de la violación de una mujer blanca de veintiocho años que había salido a correr por el Central Park de
Nueva York. En lugar de respetar el proceso judicial, así como el derecho de los acusados a un juicio justo, avivó el miedo blanco emprendiendo una agria campaña mediática. Durante una rueda de prensa, dijo: “Se lo garantizo, odio a quienes secuestraron y violaron
brutalmente a esa chica. No es solo rabia, es odio. Y quiero que también la sociedad los odie”. Erigiéndose en defensor de la virtud de la mujer blanca, Trump manipuló la opinión pública gracias a su dinero, raza y categoría social; encabezó el ataque contra cinco chicos negros y mestizos, sin recursos ni influencias, y llegó a pagar anuncios a toda página en los periódicos neoyorquinos para pedir al Gobierno el “restablecimiento de la pena de muerte”. Acusados sin fundamento, los cinco jóvenes, cuatro afroamericanos y un latino, estaban sentenciados desde el principio; todos fueron condenados y encarcelados a pesar de las contradictorias y forzadas confesiones, así como la falta de evidencias físicas de su presencia en la escena del crimen, o la ausencia de un solo testigo —incluida la víctima— capaz de identificar entre los sospechosos al autor del terrible crimen. Pero incluso después de que, gracias a las pruebas de ADN, se probara la inocencia de Antron McCray, Kevin Richardson, Yusef Salaam, Korey Wise y Raymond Santana … Trump siguió linchando a sus víctimas negras y mestizas, atribuyéndoles la culpa de un crimen que no habían cometido. Nunca se disculpó por dirigir una ignominiosa cruzada contra ellos…