Nacida en Fez, en 1940, en el seno de una familia burguesa y educada por mujeres analfabetas, enclaustradas en nombre del honor y la tradición, pudo escapar al destino que esa misma tradición le reservaba. Es doctora en sociología y profesora en la Universidad Mohamed v de Rabat. Durante años ha llevado a cabo trabajos de investigación sobre la mujer y el islam, en la actualidad se interesa por la influencia de las nuevas tecnologías de la comunicación en el nacimiento de la sociedad civil en el mundo árabe. Su nombre figura en el «Grupo de Sabios para el Diálogo entre Pueblos y Culturas», seleccionados por el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, para reflexionar sobre el futuro de las relaciones euromediterráneas. En 2003 recibió en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras junto con la escritora estadounidense Susan Sontag. Para ella, el hecho de compartir el premio con Sontag era todo un símbolo de diálogo entre civilizaciones. Coincidiendo con la entrega del galardón, llegó a Oviedo una caravana cívica en la que participaron ex presos políticos y artistas; para la ocasión, Mernissi escribió el libro Los Simbads marroquíes. Guía para turistas cívicos. Murió en Rabatr en 2005. Es autora de los ensayos Sexo, ideología e islam, Sultanas olvidadas, Sharahzad no es marroquí, Marruecos a través de sus mujeres, Miedo a la modernidad: Islam y democracia, El harén político: el profeta y las mujeres… estos tres últimos publicados por nuestra editorial.

Ilyas U. Topper . Estambul noviembre de 2015

Ha muerto Fatima Mernissi. Para muchos de nosotros, su nombre era desde hace décadas el símbolo del feminismo marroquí. Fue la primera. Decir mujer, islam, era decir Mernissi.

Nunca conocí a Fatima Mernissi personalmente. El día que me dieron su teléfono sólo había un contestador automático que te pedía dejar mensaje, con una frase de tres idiomas entremezclados y salpicada de risas. Para eso, Mernissi era muy marroquí. Académica, ensayista premiada y traducida, figura de la ‘buena sociedad’ del reino, no dejaba de ser la chica divertida y empeñada en romper tabúes y provocar a todo el mundo a su paso. O así la imaginábamos, a través de los chascarrillos que se contaban en el Marruecos de los ochenta, como cuando dicen que a una gala diplomática en lugar del preceptivo acompañante trajeado se llevó a una joven de tez negra. Para romper las normas, simplemente, se comentaba y se aplaudía entre sus admiradores.

Romper normas ha sido el gran mérito de Fatima Mernissi. Salirse de lo que se esperaba de una chica de buena familia musulmana de Fes y cuestionar todo, en público, y con sólidos argumentos de socióloga, con mente aguda y palabra certera. “Brillaba por sus escritos, por las posturas que tomaba, su valentía, su compromiso y su contribución a la emancipación de las mujeres marroquíes, y ha formado a varias generaciones en la crítica, el análisis, el rigor”, lo expresa hoy Soumaya Naamane Guessous, socióloga ella misma, y quizás el mejor ejemplo de luchadora en la brecha que abrió la pionera.

A las pioneras hay que honrarlas, pero también hay que saber dónde se han enzarzado en la maleza. Y en este sentido queda mucho por matizar en la obra por la que nosotras, europeas, conocemos a Mernissi. El sesgo no está tanto en su trabajo sino en lo que nos ha llegado y en lo que hemos querido hacer de él. Aunque condicionado, desde luego, por quien fue ella, por cuál fue su Marruecos.

Fatima Mernissi nació en Fes, en 1940, tres años antes de que se fundara en esta misma ciudad el partido Istiqlal, que reivindicó la independencia de Marruecos desde una postura monárquica y, como se vería en las décadas sucesivas, desde la convicción de representar un país “árabe e islámico”. Un postulado que se ha adoptado en todo el mundo sin la menor crítica o reflexión y que también Mernissi ha tardado mucho en cuestionar. En su caso es lógico: si alguien en Marruecos era efectivamente árabe e islámico, fueron estas ‘buenas familias’ de Fes en las que la joven Fatima se crio.

Mernissi ha sido siempre una feminista árabe, una feminista del mundo islámico, mucho más que una feminista marroquí. Al menos, en los libros que más difusión han recibido fuera de Marruecos. Ella, desde luego, nunca rehuyó conocer a fondo su propio país: ahí está su compendio de entrevistas Marruecos a traves de sus mujeres  (1983, Ed. Oriente y Mediterráneo, 2000), ahí está también el librito, alegre y comprometido, sobre las Aït-Débrouille (“La tribu buscavidas”, 1997) dedicado a las cooperativas de mujeres bereberes en el Atlas.

Conceptos que marcaron su infancia y que durante medio siglo largo fueron los pilares oficiales de la nación: el islam ortodoxo y la ‘identidad árabe’. Ahí está su gran trabajo sobre las mujeres del profeta Mahoma, ahí su historiografía erudita y precisa sobre las reinas olvidadas del islam (protagonizada por las de Yemen). Son obras de gran valor para conocer la civilización y la filosofía árabes e islámicas, pero corremos el riesgo de patinar mucho si intentamos comprender a través de ellas Marruecos. Esa gran parte de Marruecos que queda fuera de las paredes de un harén de Fes.

En alguna de sus obras, Mernissi explica con detalle las diferentes categorias de tabúes que limitaban su infancia y juventud, los pecados y los castigos (hudud: límites) previstos por la religión. Hace despliegue de una enorme erudición agudizada por una mirada crítica. Una lectura imprescindible para entender el islam. Eso sí, un islam que en Marruecos sólo conoce Fatima Mernissi. Entenderemos una religión inexistente, una que no determina la vida diaria de la inmensa mayoría de las mujeres marroquíes, cuyo concepto del tabú sexual no pasa del h’chuma (¡qué vergüenza!).

Tengo por mí que Mernissi
habría estado bastante de acuerdo con esta crítica. No creo que nunca pretendiera que Marruecos se ajustara al modelo que describe. Ella tuvo una vocación mayor que explicar únicamente su país: quiso proponer pautas para reformar y enderezar todo lo que hoy conocemos como islam. Quiso hacerlo desde dentro, basándose en los propios conceptos propugnados por la tradición árabe, desmontando y reajustando las piezas de las que se compone una religión de ambición global, y a la que quiso dar una respuesta global.

Ibn Hazm en la edad de internet: sí, Mernissi intenta recuperar la inmensa y hermosa tradición árabe universal para buscar nuevas vías a una sociedad perdida en la globalización. Y lo hace con humor y coquetería (hay que ser marroquí para atreverse a ser una académica de sesenta y tantos años y flirtear con el lector desde los primeros párrafos de un libro o una columna de opinión: es para adorarla).

La pionera fue así fiel a un camino que hoy siguen en mayor o menor medida numerosas feministas marroquíes aunque – tengo la sensación – cada vez con menor convicción. Porque si en 1975, reformar el islam parecía una tarea hercúlea pero posible, hoy se antoja una labor de Sísifo. Y estamos justo en el momento en el que la piedra, al rodar cuesta abajo, aplasta todo a su paso. A nosotras, las que quedamos detrás en la senda de la maestra, nos queda la pregunta si vale la pena ponerse en la vía de la piedra o apartarse, mejor.

Quizás no sea buena idea insistir en la identidad árabe e islámica de Marruecos (o de ningún país del mundo) para liberarse de la opresión que se intenta imponer mediante el pretexto de esta identidad. La nueva generación de feministas marroquíes lo ha entendido así: utiliza la argumentación teológica ya sólo para destapar la incoherencia de los fundamentalistas, denunciar su hipocresía, no para proponer que esa teología y estas tradiciones sean el fundamento de una sociedad, la nuestra, la marroquí. Porque no lo han sido nunca.

Pero tampoco hay que olvidar a Ibn Hazm.

Títulos de la autora